Su única y última aventura fue subir una acera en mal estado.
Él y yo, yo y él,
realmente no había química ni nada de ley de atracción, ni física, nada de nada, creo que fue un juego, sí, de eso estoy segura, las cosquillas del amor a primera vista.
Todo comenzó cuando lo vi (y el no me miró a mi), habían muchos iguales para todas mis compañeras, todos con una plataforma rosada y en el medio un logo de fábrica, tenían también un manubrio gris de cromado resplandor y un diminuto freno en su parte trasera. Él se llamaba monopatín y me lo regalaron en un paseo del colegio.
Cuando llegué a la casa lo desenvolví pronto para ver si era el mismo de la fotografía, y claro, era el mismísimo, con ruedas transparentes y de mango rosado. Era hermoso, pero no así su corazón de lata.
Pronto pasaron los meses y se oxidó. Sonaba al moverlo (como dolido de que lo hubiese dejado si fue ÉL quien nunca me amó).
La acera en mal estado fue su destino, era su inevitable muerte, porque la de nuestro amor había fallecido hace mucho tiempo.
Inger Ompa Lompa
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