Era una hermosa plaza, diminuta y acogedora, perfecta para
tomar el sol plácidamente.
Los insectos que estaban allí recorrían una, dos, diez,
cincuenta veces el lugar y las flores, muy encantadas, les seguían el vuelo con
mucho coqueteo.
A las doce, cuando más calentó el sol aquel día, un valiente
insecto se posó en una margarita muy blanca; ella le había hecho unos guiños
sutiles para seducirlo.
Extrajo un poquito de su polen y fue cauteloso al momento de
salir, no obstante, ella se dio cuenta de que había sido un amor fugaz. Lo
único que pudo soltar la ya no tan blanca flor de sus labios fue un ¡LLÁMAME!,
guardando la ilusión de un próximo encuentro con el insecto ladrón.
Inger Ompa Lompa
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