miércoles, 28 de noviembre de 2012


El ave palmípeda carente de belleza
(El patito feo políticamente correcto)

Como en cada estación primaveral, a la gran ave Pata le llegó el momento tan ansiado de empollar y como era de esperarse toda la comunidad avícola se encontraba deseosa de ver a tal ramo de pichones saliendo de sus cascarones, que se caracterizaban por ser los neonatos con mejores rasgos de todos los seres alados nacidos en el lugar.

Llegó el anhelado día en que estas aves palmípedas comenzaron a romper sus huevos lentamente. La comunidad avícola sorprendida fue acercándose poco a poco al nido para verles por primera vez y para que luego nadie les llegara con la noticia con fines chismográficos.

Uno a uno fueron saliendo de sus recipientes ovoidales hasta contar seis bien formados patos, cada uno acompañado por la fanfarria correspondiente de su orgullosa madre y sus contertulias. Tan desenfrenada era su alegría que tardaron en notar el gran tamaño de aquel huevo posicionado a un costado del nido que aún no tenía señas de ser abierto.

Todos los seres de la comunidad avícola centraron su atención en aquel gran ovoide que permaneció intacto un largo e incómodo momento.

Luego de una serie de vaticinios y augurios para aquel extraño huevo, éste comenzó a romperse y de él salió un poco agraciado pato; no era hermoso como sus hermanos pero vaya qué simpatía emanaba de su desgarbada figura. La situación incomodó a su avergonzada madre hasta la última estructura cutánea presente en su plumaje, por haber gestado tal aberración y de un humillante aletazo le alejó de ella y de sus apoteósicos recién nacidos.

El padre humillado, miraba a la extraña ave y luego miraba su reflejo en el estanque; había algo que no le calzaba. Es por esto, que el señor pato y la señora pata decidieron abandonar al bebé ave cual Moisés en la orilla de un singular lago.

La extraña ave decidió buscar un refugio en donde pudiera encontrar amigos de verdad que le quisieran igual a pesar de su horrendo cuerpo; fue así como llegó a una granja, donde una mujer de avanzada edad lo tomó en sus manitas y lo llevó hacia su cocina. Muy excitado el patito, saltó a su nueva y pequeña laguna personal; si no fuera por el calor que empezó a sentir de sus palmípedas patas no se hubiera percatado que, en realidad, no era una laguna, menos un sauna; era una olla con agua hirviendo. El ave corrió lo más rápido que pudo hacia otro lugar, lejos de la cruel anciana.

Desafortunadamente, llegó el invierno y el ave carente de belleza tuvo que comer cubos de hielo  y huir de temibles cazadores que querían tenerlo en un plato acompañado de un rico puré, en la cena de acción de gracias. Fueron momentos duro para el inmundo e indigno animal. Encontró una cueva cerca de un río en la que se refugió y no volvió a salir más que para comer bichos y hojitas de algún árbol cercano.

Al fin llegó la anhelada primavera y el ave pasó por un estanque en el que vio las aves palmípedas más bellas que jamás había visto hasta entonces; eran finas y elegantes, gráciles y se movían con mucha distinción por lo que se volvió a sentir estúpido y torpe. Pero, como ya sabía que su fealdad le salía hasta por los poros, de todas maneras, decidió acercarse a éstas, total, no tenía mucho que perder, en realidad, no tenía nada, así que nada perdería.
Los cisnes lo miraron y sintieron envidia, ya que, la fea ave se acercó a preguntar si podía volar con ellas con tanta humildad y no entendían la pregunta de éste ave, ya que, lo que no sabía el feo pato y que sí sabían los cisnes, es que, este desgarbado animal era uno de ellos y el más bello de todos.

El pato (todavía él se creía pato) les dijo que no se burlaran de él ni cuchichearan acerca de su horrible figura y los cisnes le advirtieron que mirara su reflejo en el lago.  Éste se introdujo incrédulo en el estanque y lo que vio lo dejo anonadado, atónito. Aquel patito feo y desgarbado, era ahora el cisne más connotado de toda la laguna.  Es por esto que, todos sus amigos cisnes, para diferenciarlo del resto, lo nombraron de cariño el “pato laguna”.

Así, este ave carente de belleza se unió a su nueva comunidad avícola y vivió feliz y comiendo perdiz para siempre.

Resinosa.-

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